La tarea educativa por excelencia es ayudar a nuestros hijos a que sepan buscar, preguntarse y descubrir el sentido de su vida. Eso es lo propio de educar, hacer salir (del latín e-ducere) o dar luz a la persona. Y…, ¿qué significa eso? Que nosotros podemos acompañar a nuestros hijos a que descubran lo que ya existe dentro de ellos. Y esto, ¿para qué? Para que puedan transformarlo en aquello que les va a hacer realmente felices. Menuda tarea la nuestra…
Nosotros podemos ayudar a nuestros hijos a obtener la oportunidad de redescubrirse, de que hagan un viaje constante por su vida personal. Esa es, probablemente, la tarea educativa más importante que tengamos por delante como padres.
Si somos conscientes de esto, de que probablemente desde esa mirada es posible educar, entonces se entenderá que el método pedagógico es algo anecdótico y posterior al acto de amor más grande que cometemos frente al educando: darnos.
La tarea educativa por excelencia es ayudar a nuestros hijos a que sepan buscar, preguntarse y descubrir el sentido de su vida.
Por tanto, uno de los elementos clave para llevar a cabo nuestra gran misión como padres es entender el acto educativo como un camino de acompañamiento, el cual tiene su gradualidad, su temporalidad y su ritmo según el hijo.
Cuanto más profundizamos en el acompañamiento, más claro nos queda que el reto que tenemos delante es pasar del “¿qué espero?” al “¿qué esperamos?”. De mis expectativas a nuestras expectativas. Y aunque pueden ser muchas las claves para que esto pueda suceder, me gustaría destacar tres que considero fundamentales. Por supuesto, cada una de ellas son lo suficientemente profundas como para varias entradas en este blog, por eso simplemente me gustaría destacar en este artículo la esencia de cada una de estas claves…
Mirada
La mirada es la primera condición para que surja el verdadero acompañamiento, ya que tiene un gran poder sobre nosotros. ¿Has pensado alguna vez que tu hijo se ve y se conoce en función de cómo lo miras y de cómo te miras a ti mismo? Mirarse no es ver lo superficial que hay en nosotros, sino ir hasta la raíz de lo que soy, lo más dentro posible de mí y, desde ahí, ir hacia fuera… Mirar al otro…, lo mismo. Si nuestra relación con nuestros hijos tiene este punto de partida…, todo es posible.
Miramos y vivimos la realidad de una forma determinada. De ahí la importancia de saber mirarse adecuadamente y así mirar al otro en todas sus dimensiones.
Hay momentos en que nuestra mirada se reduce y no nos permite profundizar en la interioridad de cada hijo que está pidiendo ayuda a gritos por culpa de un hecho concreto. Uno de los aspectos más importantes para trabajar la mirada es desarrollar la capacidad intrínseca que tenemos para asombrarnos. De ahí que nuestra mirada condicione nuestra manera de ser, nuestra vida y la de los demás.
¿Has pensado alguna vez que tu hijo se ve y se conoce en función de cómo lo miras y de cómo te miras a ti mismo?
Por tanto, necesitamos de una mirada que esté centrada en nuestro hijo y no tanto en lo que nuestro hijo hace…
Escucha
La escucha está intrínsecamente vinculada a la mirada. Son la suma de la capacidad de observar en profundidad y de darle sentido a aquello que descubro. Cuando escuchamos, acogemos lo que se nos quiere transmitir el otro o nosotros mismos.
Seguro que has leído muchas veces el concepto de “escucha activa”, pero, ¿qué significa realmente? Pues no es otra cosa que dejarlo todo por aquel que tengo delante: fuera móvil, fuera mis problemas, fuera mis pensamientos miles de infinitas cosas. Estar por y para el que tengo delante. Eso es escucha activa. Eso es, al fin y al cabo, amar…
Hay que ser consciente de que en la escucha hay una realidad dialógica que, además, es cambiante. Por eso, es importante que para que haya escucha tiene que haber un vínculo de confianza y una comunicación que tenga en cuenta tres aspectos fundamentales:
- Tener presente que delante tengo a otro yo, que puede ser más vulnerable que yo y que viene a mí.
- Ser consciente de que no siempre puedo decir lo que considero que es adecuado porque el otro no está preparado para escucharlo.
- Tener una actitud de escucha adecuada. El famoso “cómo” escucho.
Corazón
Por último, me gustaría destacar como tercera clave fundamental para acompañar a nuestros hijos el corazón. Éste tiene un papel importante en esta constante relación de la persona con la persona. A veces, reducimos el corazón a un sentimentalismo y al mundo de las emociones, pero hay que ampliar esa idea. El corazón es centro unitario, es la herramienta más potente para el encuentro y núcleo de mi identidad.
Y este va a ser el eje central de nuestra tarea educativa y debe vivirse desde la convicción de que el método es uno mismo y con aquello que lleva en los más profundo de su corazón: sus dones.
El corazón es, nada más y nada menos, que la caja infinita en la que reside el alma. Siendo así, ¿no creemos importante ponerlo en el centro del acto educativo? Si educar es un acto de amor, el corazón es el ensamblaje perfecto que rodea el acto en sí.
Con esto, se pretende construir un primer andamiaje en el que el corazón pueda estar a la altura de dos piezas claves para el buen desarrollo del ser humano: la inteligencia y la voluntad.
Podríamos indicar que la inteligencia y la voluntad hacen referencia a lo vivido o a lo que está por vivir. En cambio, el corazón, más allá de la esfera afectiva que lo caracteriza (y que debemos manejarla y controlarla adecuadamente), es la memoria de lo vivido, de lo experimentado. Lo que me confirma la certeza de mi felicidad, no es el conocimiento de lo que significa o el reconocimiento del camino adecuado que la inteligencia me indica. Ni siquiera la capacidad para recorrerlo que la voluntad me ha permitido. La certeza es plena cuando nuestro corazón lo confirma en la vivencia como tal.
Si educar es un acto de amor, el corazón es el ensamblaje perfecto que rodea el acto en sí.
Por eso, y para acabar, os propongo que acompañéis a vuestros hijos teniendo como referencia estos cuatro puntos cardinales: Humildad, pasión, verdad y misericordia.
Soy consciente de que cada uno de estos puntos cardinales se merece una explicación. Y lo haremos…, más adelante. Hasta entonces, te invito a que te preguntes cómo te miras y escuchas, cómo miras y escuchas a tus hijos (o a tu marido o mujer…) y cómo late tu corazón…
¡Ánimo! No es tarea fácil, pero tampoco imposible.